De la rabia y la ternura: María Fernanda Ampuero
- Cristina Gaona
- 1 may
- 4 Min. de lectura

La primera vez que leí a María Fernanda Ampuero fue porque mi twin*, Sara, había posteado en sus historias de Instagram “Subasta”. La historia me perturbó, pero tengo una inclinación por acercarme a las cosas que me cimbran. Después de ese cuento, vino la lectura de sus otras obras y fue un no parar. La escritura de Ampuero es impresionante no solo por la calidad de los recursos literarios que maneja, sino porque tiene la habilidad de exponer la herida, de explorarla, de enunciarla. Por eso, en cuanto supe que estaría en San Miguel de Allende y que mi twin quería venir desde Sonora, supe que no podía perdérmelo.
Luego de reafimarme como conductora (tengo poco de aprender y el proceso fue emocionalmente tortuoso) llegamos a la Biblioteca Pública de San Miguel de Allende. Es un lugar hermoso donde las personas son muy amables. María Fernanda entró a la biblioteca con una sonrisa y puso la plática a nuestra disposición.
Dentro de lo que se conversó, la autora habló de Stephen King como un escritor que reivindica personajes marginales: el perdedor, la gorda, los venidos a menos. Los violentados. Como ser marginal, como niña gorda que sufrió bullying antes de que se le pusiera nombre, como mujer, como latinoamericana, empatizo y me identifico mucho con esta postura, con los personajes de Ampuero y, también, con lo que ella ha hablado en diferentes entrevistas y en su libro Visceral. Después, se habló de la forma en que la literatura femenina (y sus voces en general) fueron silenciadas, haciendo un repaso de autoras mexicanas cuyas obras están recibiendo el reconocimiento que merecen de manera reciente.
Luego, le preguntaron cómo las mujeres podríamos conciliar con los hombres y la conversación derivó en poner sobre la mesa la violencia que ocurre en nuestro país, particularmente la ejercida hacia las mujeres. Pero no sólo se expuso; se vivió un sentimiento que, en lo personal, me daba miedo: la rabia. Ese enojo que despierta la injusticia y, sobre todo, la indiferencia con que muchas personas la miran.
Luego de hablar de la necesidad de que los hombres rompan el pacto de caballeros y del enojo que causa la violencia de género, alguien le preguntó cómo podríamos hacer para no estar enojadas y ella respondió que no quería dejar de estar enojada mientras esas cosas ocurrieran. Y la entiendo.
Yo escribo. Escribo enojada también porque es una forma de procesar no sólo lo que he vivido, sino lo que he escuchado y lo que he visto con impotencia. Lorde, en "Usos de la ira: las mujeres responden al racismo", dice que: "cuando la ira se expresa y se traduce en obras al servicio de nuestra visión y de nuestro futuro, se convierte en un acto de clarificación liberador y fortalecedor, pues el doloroso proceso de la traducción nos sirve para identificar a quienes son nuestros aliados, pese a las grandes diferencias que nos puedan separar de ellos, y a quienes son nuestros auténticos enemigos". Y agrega: "La ira está cargada de información y de energía".
Sabía de la existencia de este texto de Lorde, pero no había recurrido a él hasta después de la plática porque, lo que conocí ese sábado en San Miguel de Allende, fue a una María Fernanda Ampuero rabiosa, pero empática, amable y sensible. Porque ese enojo que manifestó hacia el pacto de caballeros, hacia la indiferencia y el machismo interiorizado de algunas mujeres no lo usó con odio. Incluso soltó un "no te odio" a cada hombre que se dirigía a ella después de hablar del silenciamiento de la escritura femenina. Mi amiga, con mucho tino, preguntó sobre este enojo en su escritura y Ampuero le dijo que ella quisiera no tener que escribir lo que escribe porque viene de la rabia. Habló de la imposibilidad de escribir sobre otras cosas mientras se lidia con este sentimiento. Después, le dijo que ojalá nuestra generación sea la última que escriba con enojo.
Legitimar estos sentimientos es importante. La primera vez que lloré con rabia por mi agresor y le deseé la muerte, sentí culpa y me asusté. Sentí que estaba mal por desear algo tan feo para alguien porque, en mi formación católica, desear la muerte era equiparable a matar. No es que lo crea realmente ni es como que planeara su muerte, pero los aprendizajes religiosos en ocasiones se arraigan de manera muy intensa y es difícil desterrarlos del inconsciente.
Escribo con culpa. Con miedo de mi rabia, aunque nada le debo a nadie. Lorde también escribió que la culpa no tiene ningún uso creativo. Pienso que Ampuero es la ejemplificación de escribir con rabia y preservar la ternura. A través y a pesar de su dolor, es capaz de transmitir la ternura que Mauricio, un ratón de peluche, generó en su vida. Lo que implica cuidar cariñosamente a un desconocido que se quedó atrapado en la cuarentena con ella y verlo partir en una niebla que me parece bombaliana**. Yo, en cambio, dejé la pluma pensando en qué podrían pensar las personas que conocieran mi ira. Incluso pensé en mi hija, que no sabe leer todavía. Estaba escribiéndole una suerte de diario que dejé porque tenía miedo de poner en él mi dolor. ¿Qué pensaría de lo que hizo su padre? ¿Qué sentiría si supiera lo que yo misma siento? No lo sé, pero lo que aprendí ese sábado que conocí a Ampuero es que mi rabia no sólo es legítima, sino útil y no desmerece la ternura que hay en mi y entre nosotras.
Así que gracias, María Fernanda, por ser congruente y consecuente, por ser un espacio donde las personas marginales podamos estar, por esta escritura que denuncia, pero también por mostrar que la ternura sigue presente en este mundo tan violento. Yo seguiré escribiendo no sólo para procesar lo que hay en mis propias vísceras, sino para que mi hija conozca y legitime la rabia, para que la use como herramienta que le permita desenvolverse de manera más asertiva y mi generación sea, efectivamente, la última que escriba enojada.

*Para entender este aspecto se pueden remitir al texto de Sara.
**María Luisa Bombal es una autora chilena cuya escritura se caracteriza por la interpelación a la subjetividad, la feminidad y lo simbólico. En su novela La última niebla, esta constituye un elemento que remite a un estado de desasosiego perenne.
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