Snuba dying
- Roxana Soto
- 10 mar 2022
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 4 abr 2022

Hace unos años me dispuse a finalizar mi fobia al agua: decidí aprender a nadar. F. ya me daba lecciones exprés cuando íbamos a la playa, pero si me soltaba me ponía nerviosa y pataleaba sin notar que el piso estaba a mi alcance.
Desde que tomé esas clases muy oficiales intentamos estar en el agua bajo cualquier pretexto, de manera que ir a un parque acuático parecía solo natural. Vimos delfines, mantarrayas, peces de colores y por un precio nada módico nos anotamos para hacer snuba diving, una variante del buceo para los por-siempre-amateurs como nosotros.
Tuvimos que esperar una hora, llovía en el trópico. Cuando por fin llegó nuestro turno, descubrimos que el instructor era de esas personas que hacen bromas, pero que no gesticulan cuando las dicen. Mi cerebro hacía cortocircuito cada vez que decía una y tardaba unos cinco segundos para reaccionar.
Nos explicó todo el equipo que usaríamos. “Este cinturón va en la cintura, es para que se hundan más fácil, [todo bien hasta aquí] pero si quieres que le ponga más peso, F., para que ella se quede en el fondo, tú me dices”. Cuando terminó de decir eso me tomé mis segundos extras y me quedé seria. “Los hombres tenemos un código”. Risas a mi alrededor. La mía era de desconcierto. “¿Un código de maldad?”, respondí. Silencio. Como esa broma hubo otras, pero ya no las recuerdo.
Estaba nerviosa. Nos metimos al agua y un pez me mordió el tobillo. Hacía frío. Intentaba grabarme todas las instrucciones mientras temblaba. “Saca el agua así en caso de que se te meta a la máscara. Pon la lengua acá y exhala por la boca, nunca la nariz”. “¿Y si se me empaña la máscara?”, “es porque estás usando la nariz, NUNCA uses la nariz”. Ok, ok.
Titiriteo, piel chinita, pezones queriendo salir del traje de baño. El maldito pez mordiéndome el tobillo. “Bueno, es todo, vámonos”, dijo el instructor. Splash, al agua, a nadar. A pedir ayuda de manera estrepitosa porque “me puse nerviosa”. “Cuenta uuuno, dooos, treees para inhalar y luego uuuno, dooos, treees para exhalar”. Ok, ok, ahora sí lo tengo. Relajo el cuerpo, cuento tal como me dijo. Voy bien, voy bien, voy bien hasta que alzo mi dedo pulgar en señal de ayuda, necesito salir, necesito respirar por la nariz, volver al oxígeno del mundo, quenosabesque respirar por la boca es lo peor del mundo lo escuché en un podcastcientífico.
“Mira, toma mi brazo, no pasa nada, te vas a sentar de rodillas en la arena y te van a tomar fotos, ok?”. Ok, ok. Le tomo el brazo y hago lo que me dice. Una buceadora experta toma fotos y nos hace hacer gestos con las manos: rock n’ roll, la señal de la paz, sonreír con los ojos porque la boca no la debes de mover. Y de pronto: se me va el ritmo, ya olvidé el 1,2,3, ¿era para inhalar o para exhalar? Empiezo a respirar rápido, y todo por la boca chingadamadre ¿quién respira por la boca en pleno siglo XXI? El 1,2,3 se vuelve algo así como unodostrescuatrocincosáquenmedeaquíquememuero.
Quiero llorar, mis costillas se abren y se cierran como acordeón en una cumbia tropical. De nuevo mi dedo pulgar le dice a todos que necesito salir, que perdí el ritmo. El instructor se ve frustrado, pero ya no hace bromas. Cambia el tono, me dice: “sabes qué, vas a ir agarrada de la balsita, sin problema, si te sientes segura te sueltas”. No me salen lágrimas porque el orgullo es más poderoso, pero no tanto como para no agarrarme de la balsita. Un pataleo y otro. Avanzo por fin al mismo ritmo de los demás, pero cerquita de la superficie, a una cabeza del oxígeno real, de la nariz como invento de dios para llenar los pulmones.
Cuando por fin pude disfrutar un poco, se acabó la actividad. Volvimos al deck donde habitaba el pez que me agarró de snack. Nos quitamos las aletas, volvimos sin escamas. “¿Están bien?, ¿Pudieron hacer todo?”. Respondimos muy positivos. F. había disfrutado mucho la actividad. Bueno, adiós, adiós. Fui al baño y lloré sin consuelo hasta que los ojos se me pusieron rojos y no podía fingir que no tenía nada.
¿Hasta dónde se quedaron esas bromas en el cuerpo que no pude evitar pensar que sí podía morirme? No lo sé.
Mi cuerpo sí lo supo.
Muchas cosas nos afectan más de lo que quisiéramos aceptar-psicológicamente. Entre todo es necesario aclarar las cosas a la misma vez que suceden; a veces aclararse llorando.