intravaginal
- Idalia López Carrillo
- 4 jun
- 2 Min. de lectura

Ultrasonido intravaginal me indicó el médico después de algunas preguntas y machacarme con esa frase del argot ginecológico que vengo escuchando desde hace años, “útero que no da hijos da tumores”.
Salí de la consulta confundida; envuelta en esa sensación que producen las primeras veces. Seguí indicaciones, pregunté en ventanillas y me programaron una cita para dentro de un mes y medio. La idea de ese estudio me persiguió cada semana, estuve a punto de invitar a un par de amigas a que me acompañaran, pero me sentí ridícula, ¿cómo yo, una mujer mayor de cuarenta tenía miedo de un estudio? El prurito por una situación nueva, el temor por el hallazgo y la incomodidad de estar expuesta ante un desconocido me activaron la colitis.
Se llegó el día y no invité a nadie. Tomé la precaución de estar antes de la hora, la orden del estudio en sus indicaciones recalcaba estar 15 minutos antes, de lo contrario se cancela su estudio. Al parecer el personal está exento de esa indicación, antes de mí, había cuatro personas citadas y los ultrasonidos todavía no empezaban.
Después de dos horas me llamaron de una puerta. Entré a un consultorio a media luz donde me indicaron que pasara al baño, me desvistiera de la cintura para abajo y me pusiera una bata con la abertura hacia atrás. Al salir, la doctora me indicó que me recostara y la enfermera me puso una almohadilla debajo de la cintura, les comenté que era la primera vez que me hacía el estudio, nada más dijeron que molestaría un poco.
¿Cómo se mide una molestia? ¿Cómo un piquete de zancudo, una hebra de lechuga entre los dientes, un zapato que lacera debajo del tobillo? Era mi primera vez y la tensión se me pegó a la espalda, me encogió el abdomen y me apretó los dientes. Ahí estaba, semidesnuda con una bata que me hacía sentir más vulnerable, expuesta.
Mientras, la exploración me producía un dolor que me llevó a una respiración controlada para soportarlo. Indiqué que me dolía y recibí la misma respuesta que al principio, “es una pequeña molestia”. No, eso no era una molestia era un dolor, una punzada que se abría paso por el canal vaginal y lastimaba otras partes de mí.
Terminó la exploración, la doctora sin verme dijo, el resultado lo tendrá su médico cuando vaya a consulta. La enfermera me quitó la almohada y me mandaron a vestir. Al salir del consultorio ya estaban llamando a la persona siguiente.
Caminé a la salida con el dolor activo y la vulnerabilidad exponenciada. Sentí ganas de llorar, me sentí sola y me recriminé no haber invitado a nadie. Necesitaba consuelo, un abrazo.
Me enfrenté a esta situación con todo el miedo que construí previamente, pero también con la falta de tacto del personal de salud. Es una tristeza que la cotidianidad les impida empatizar con sus pacientes y tomarse un par de minutos en explicar los procedimientos, las sensaciones.
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