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Despojos (2022), de Lola Ancira. Un viaje al horror cotidiano en México

Actualizado: 28 nov


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Me gusta escribir sobre lo que me impresiona y me fascina al encontrar los intersticios de lo fantástico que se asoman en esta realidad. Este escrito no corresponde con una reseña estricta, o al menos no en su totalidad. Identifico dos partes, en la primera exploro una breve reconstrucción hebra por hebra, de lo que Lola Ancira, su obra y yo hemos tejido sin conocernos; o sea, cómo su obra cruza mi vida de maneras particulares. En la segunda, ofrezco algunos datos acerca de Lola como escritora y mis percepciones generales acerca de su cuentario Despojos.  


Preámbulo: De los (des) encuentros


Hace unas semanas tuve la encantadora experiencia de conocer en persona a Lola Ancira, pero mi historia con ella comenzó hace algunos años. La primera vez que leí su nombre fue cuando, al entrar a una librería local y pedir una recomendación sobre escritoras, el título Tristes sombras llegó a mis manos. Cuando leí la contraportada descubrí que los cuentos se desarrollan en los espacios de la Castañeda y el Palacio de Lecumberri, sitios que me han interesado desde hace tiempo. Mi fascinación fue instantánea y decidí que sería mi siguiente lectura. Sin embargo, fui ingenua al imaginar que los deseos se cumplen pronto, el destino de ese ejemplar era otro: llegar a manos de una sobrina con apetito voraz por nuevas lecturas. Lo dejé ir aceptando que el paso de ese libro por mis manos tenía el sólido propósito de presentarse, pero lo que jamás hubiera podido sospechar es que ese sería el inicio de algunos (des) encuentros entre la escritora y yo, sobre todo a través de sus obras.  


En 2024 escogimos El vals de los monstruos como protagonista para la círcula de lectura que realizamos en el Aquelarre lector. Hicimos el pedido de libros a Lola y fue una bonita sorpresa descubrir que en cada uno dejó un lindo autógrafo para las lectoras. Ese detalle y su atenta escucha a las inquietudes de las asistentes dejaron expuesta su calidez humana, así que creo que hablo por todas ellas al agradecer la generosidad del tiempo que dedicó a este encuentro.


Este año, 2025, durante el mes de septiembre, Lola Ancira participó en el marco del Festival de la Palabra edición 21 con la conferencia magistral: “El terror y lo fantástico: mecanismos para enfrentar la realidad” en Hermosillo. El título anunciaba una participación prometedora, pero por fuertes motivos de cólicos no pude asistir. Al día siguiente vi por casualidad, mientras scrolleaba en IG, una invitación a una charla y firma de libros de la escritora esa misma tarde. Supe que no podía dejarlo pasar. Llegué al sitio anunciado y me dirigí a la terraza donde encontré la reunión vip de un público selecto que pudo disfrutar de su compañía. Me integré al grupo y la conversación continuó entre risas y chelas, pasando por conocer su experiencia como escritora en México y también en otros países, hasta recomendaciones sobre autoras, proyectos literarios y terror[1]. En los días que siguieron pude asomarme a ellas y ahora aprovecho cualquier oportunidad para compartirlas, principalmente el podcast Grandes infelices. En suma, este fue un encuentro significativo en el que tuvimos la oportunidad de conocer a Lola no sólo como escritora, sino como persona al compartirnos saberes, risas y anécdotas.


El último dato de este tejido personal entre Lola, sus libros y yo que quiero compartir es que a través de Despojos me llevé algunas sorpresas, esas que nos invitan a pensar en el fabuloso juego del azar y que algunas personas lo podemos relacionar también con asuntos de lo fantástico. Me refiero a que mi historia personal coincide con tres de las ciudades que la autora usa como espacios donde desarrolla tres de sus historias. La primera es Hermosillo, ciudad de la que soy originaria y en la que vivo actualmente (“Contagiar el mal”); la segunda, Querétaro, donde viví un año entero cerca del Panteón del Cimatario (“La soledad de lo lejano”); y, la tercera que, confieso, me hizo abrir los ojos de manera especial es la que se desarrolla en Guanajuato capital, específicamente en el callejón del Espinazo donde viví durante dos o tres años (“Tumba viva”). Esta experiencia que adjudico al terreno de lo fantástico -tanta coincidencia no puede ser gratuita- me animó a tomar las señales y a escribir después de meses de bloqueo creativo.


La autora: Lola Ancira


Escritora multipremiada y referente internacional del terror literario de México. Queretana de nacimiento, creció en Guadalajara y actualmente vive en la capital de este país. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas (2017) y del programa Jóvenes Creadores del FONCA (2014 y 2019). Narradora contemporánea y exponente clave del género cuentístico, el cual ha cultivado principalmente debido a “la brevedad y tensión constante que caracterizan al género”[2]; sin embargo, también explora otros géneros narrativos como el ensayo, artículos de opinión y reseñas para múltiples revistas; su obra también ha sido incluida en varias antologías. También se desempeña como facilitadora de talleres literarios enfocados en la escritura creativa. Su estilo se configura a través del gótico, el terror y el fantástico.


Para quienes aún no la conocen, les invito primero a leer alguna de sus obras publicadas: Tusitala de óbitos (2013), El vals de los monstruos (2018), Tristes sombras (2021) y/o el que ahora nos ocupa, Despojos (2023). Pero si les gusta escuchar podcasts y quisieran asomarse al mundo de Lola Ancira en ese formato, pueden aprovechar y enterarse más sobre su obra en la entrevista que le hicieron en Hablemos escritoras, capítulo 234 también disponible en Spotify y te lo dejo aquí.


Reseña: El terror de lo cotidiano en Despojos


La ilustración de la portada nos lo anuncia: en este libro habrá muerte, nostalgia, dolor, búsqueda, restos humanos, violencia y amor, mucho amor. El título es sólido: todas las historias son atravesadas por el dolor que genera el despojo en múltiples formas. Este libro está conformado por diez cuentos que se acompañan de ilustraciones creadas por Amaya Giner Salinas. Por medio de ellas podemos imaginar momentos, rincones y espacios que pertenecen a los relatos. Las creaciones de Lola y Amaya funcionan como una suerte de experiencia inmersiva en los universos oscuros que ambas configuran. Leer Despojos es una invitación a recorrer el dolor que se vive en rincones insospechados por medio de sus páginas, pero, sobre todo, es como un mapa del dolor colectivo de nuestro país, ya que cada historia se desarrolla en un espacio geográfico distinto en varios estados mexicanos como: Veracruz, Oaxaca, Sonora, Guanajuato, Querétaro, etc. así como en la ciudad estadounidense de Nueva York.


Para fines prácticos, recurrí a la RAE para conocer las definiciones que ofrece sobre la palabra despojos. Les comparto dos de ellas que me resonaron de manera especial a propósito de este cuentario:


5 Aquello que se ha perdido por el tiempo, por la muerte u otros accidentes.

9 Minerales demasiado pobres para ser molidos, que se venden a los lavaderos o propietarios de polveros, los cuales aprovechan el poco metal que contienen.


Veremos que ambas, a su manera, están presentes en lxs protagonistas de los cuentos de Ancira. Por un lado, las personas vivas -o lo que queda de ellas- al habitar duelos abismales y dolores inefables debido a la violencia que les arrebata a hijas, hijos y nietas por medio del feminicidio, la desaparición y el secuestro. La madre buscadora que en su cumpleaños recibe la foto del cráneo de su hijo desaparecido; la abuela-bruja defensora de la dignidad de la vida que busca la justicia por la muerte de su nieta en un crimen de odio, mujer vieja que practica abortos a mujeres y protectora de otras formas de vida.


Tan solo pensar en abandonar su jardín, que cuidaba con tanta dedicación, le daba pesar. Cualquiera que llegara a esa casa quitaría el planterío para echar cemento y construir. A ella misma le había tocado defender su pedazo de tierra para evitar que edificaran sobre su santuario.

El ritual prehispánico de la muerte, "Choo ba'ak" (limpia de huesos), nos demuestra que honrar la memoria de una persona por medio de sus despojos humanos es una forma de resistencia sociocultural frente al olvido:


Desde pequeña sabes que hay algo peor que la muerte, el olvido. Para evitarlo, es preciso volver, tocarlos, acompañarlos. Que ellos se sepan recordados, tranquilizarlos con las manos y la voz: de tu madre también aprendiste a hablarles con vehemencia.

Un tema destacable es la importancia que tiene el sentido del olfato en las historias, ya que funciona como un detonador de nostalgias, de resistencia frente a la condición frágil y efímera que es la vida. Un recurso clave que nos recuerda que la vida también puede ser eso: un suspiro breve, una estela aromática que se desvanece a nuestro paso. Así lo vemos con Elisa, la mujer que busca a su hijo desaparecido y sostiene un mausoleo en su casa para honrar su memoria:


Cuando la tristeza se le acumula y se desborda, prefiere dormir entre las sábanas que aún guardan un poco del aroma de su muchacho. Al despertar, las rocía con la loción que él usaba. El olfato como vínculo de la memoria.

El padre que se hunde en el abismo de dolor que representa el sentido de culpa por el secuestro de su hija. De ese pozo simbólico logra crear una caseta telefónica que cobra popularidad al brindar consuelo frente a la pérdida de una persona amada, ya que invita a entablar una conversación imposible con los fantasmas. Sin duda este es uno de los relatos más desgarradores:


Qué solos que estamos a pesar de estar acompañados. Ellos son huérfanos, pero a mí no hay una palabra que me designe, ¿cómo se les llama a los padres que pierden a sus hijos?

Por otro lado, la segunda acepción me hace pensar simbólicamente en varixs personajes cuyas identidades se perfilan por un contexto marcado por la vulnerabilidad. En el miedo que da la muerte, pero también la vida cuando quienes viven con una serie de dificultades debido a su delicado estado de salud mental son cooptadas por estructuras sofisticadas de explotación en forma de secta.


No podían vernos como seres humanos, para ellos éramos despojos, restos de mujeres. A quienes preguntaban, los movía más el morbo y el asco que la compasión. También había quienes se mostraban indiferentes. Nos llamaron mentirosas y putas.

Las mujeres triquis que viven el dolor en silencio, ese provocado por hombres con apodos de dioses y que nos deja una imagen contundente sobre la omnipotencia de la que se creen poseedores:


Timoteo se permitía actuar como lo hacía porque se sabía inmune a cualquier castigo. Nadie le daría importancia a otro cadáver de una indígena, como ocurrió con el de aquella tzeltal de doce años que fue violada y cuyo cuerpo apareció en un bosque de Chilón.

Un tema que me ha interesado mucho es el de la fascinante posibilidad que permite la ficción para crear venganzas. Sobre todo, cuando son añoradas por una sed de justicia y reparación (ya sé, palabra delicada) de quienes han sido víctimas de la violencia machista. Esto lo vemos en el cuento “Auto de fe” donde la protagonista secuestra con fines homicidas a un agresor de múltiples mujeres.


Si te cuento esto es porque nunca me ha gustado el silencio, menos cuando estoy acompañada. Y quiero que lo último que recuerdes sea mi voz. No mi cara ni mi cuerpo, sino mis palabras. Que formen un eco en tu cabeza que se repita.

Todos estos relatos, aunque ficcionales, delinean el paisaje del horror cotidiano en México: la instrumentalización de las infancias para ejercer la violencia del narco, hombres con apodos de dioses que los inflan de omnipotencia, niñxs jugando con cuernos de chivo, el dolor colectivo de las mujeres por el arrebato de su dignidad, por la impunidad, por la desaparición y muerte de sus hijas, hijos y nietas; y por el gaslight social en el que vivimos que nos obstaculiza vivir vidas libres de violencia, por las justificaciones absurdas de los sistemas fallidos y mucho más. Entonces, este es un cuentario que nos invita a la reflexión y a la sensibilización acerca de estos temas que no sólo les pertenecen a las personas que viven situaciones similares, sino a todxs como parte de un tejido social que debemos reconstruir como la esperanza frente a las diversas olas de violencia que nos golpean brutalmente todos los días.


Me despido con esta frase en náhuatl de la abuela-bruja pensada para su nieta: “Mitztemoa noyollo”, mi corazón te busca, porque creo que eso es la resistencia frente al dolor y la pérdida, la búsqueda de sentido, de certezas, de la resignación y la esperanza.


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[1] Lola, si alguna vez lees estas líneas, quiero que sepas que me has hecho cómica-paradójicamente feliz con tu recomendación de escuchar Grandes infelices, esto junto con tu Despojos representan regalos entrañables.

[2] Hablemos escritoras. Episodio 234


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